"Ochenta años después de la muerte de su profeta Mahoma, los musulmanes ya habían construido un imperio que, desde la frontera india, se extendía ininterrumpidamente por Asia y Africa y la costa sur del Mediterráneo hasta alcanzar la costa del océano Atlántico. En el año ochenta, desde el inicio de sus expediciones de conquista, pasaron a través del Estrecho, al oeste del mar Mediterráneo, a al-Andalus, a Hispania, destruyeron el reino que los visigodos cristianos habían levantado allí tres siglos atrás y conquistaron con tremendo ímpetu el resto de la Península hasta los Pirineos.
Los nuevos señores trajeron consigo una rica cultura y convirtieron el país en el más hermoso, populoso y mejor organizado de Europa. Planeadas por expertos arquitectos y bajo una inteligente inspección de las obras, surgieron grandes y señoriales ciudades, como no se hablan vuelto a ver en esta parte del mundo desde los tiempos de los romanos. Córdoba, la residencia del califa occidental, era considerada la capital de la totalidad de Occidente.
Los musulmanes reavivaron la descuidada agricultura y consiguieron de la tierra, mediante inteligentes sistemas de regadío, una insospechada fertilidad. Fomentaron la explotación de las minas mediante una nueva técnica muy desarrollada. Sus tejedores elaboraban alfombras preciosas y lujosas telas; sus carpinteros y escultores, delicadas obras de arte en madera; sus curtidores, cualquier clase de objetos en piel. Sus herreros producían piezas de una perfección absoluta, tanto para fines pacíficos como para la guerra. Sus espadas, dagas y puñales eran más afilados y más hermosos que los de los pueblos no musulmanes; las armaduras, de una gran resistencia; las piezas de artillería, de gran alcance; y armas secretas de las cuales se hablaba con temor en toda la cristiandad. También elaboraron otra cosa terrible y muy peligrosa: una mezcla mortal explosiva, el llamado fuego líquido.
La navegación de los musulmanes hispánicos, conducida por probados matemáticos y astrónomos, era rápida y segura, de manera que podían llevar a cabo un amplio comercio y abastecer sus mercados con toda clase de productos procedentes de todo el imperio islámico.
Las artes y las ciencias florecieron como nunca hasta entonces bajo ese cielo. Lo sublime y lo gracioso se mezclaba para decorar las casas con un estilo particular y significativo. Un primoroso y ramificado sistema de educación permitía a cualquiera instruirse. La ciudad de Córdoba tenía tres mil escuelas, cada ciudad grande tenía su universidad, había bibliotecas como nunca antes desde el florecimiento de la Alejandría helénica. Los filósofos ampliaban las fronteras del Corán, traducían según su propio modo de pensar las obras de la sabiduría griega, convirtiéndola en un nuevo saber. El arte de una nueva fabulación, multicolor y floreciente, abrió a la fantasía espacios desconocidos hasta el momento. Grandes poetas refinaron la lengua árabe, rica en matices y tonos, hasta que pudo reproducir cualquier emoción del alma.
Frente a los vencidos, los musulmanes mostraron indulgencia. Para sus cristianos, tradujeron el Evangelio al árabe.
A los numerosos judíos, que habían estado sometidos al estricto derecho de excepción por los cristianos visigodos, les otorgaron la igualdad ciudadana. Sí, bajo el dominio de los musulmanes, los judíos gozaron en Hispania de una vida tan plena y satisfactoria como nunca antes desde la caída de su propio reino. De entre ellos surgieron ministros y médicos personales del califa. Fundaron fábricas, ampliaron empresas de comercio, enviaron sus barcos por los siete mares. Sin olvidar su propia literatura hebrea, desarrollaron sistemas filosóficos en lengua árabe, tradujeron a Aristóteles y fundieron sus enseñanzas con las de su propio Gran Libro y las doctrinas de la sabiduría árabe. Elaboraron un comentario de la Biblia abierto e inteligente. Dieron nueva vida al arte de la poesía hebrea.".
"La judía de Toledo" de Lion Feuchtwanger, capítulo 1.
Los nuevos señores trajeron consigo una rica cultura y convirtieron el país en el más hermoso, populoso y mejor organizado de Europa. Planeadas por expertos arquitectos y bajo una inteligente inspección de las obras, surgieron grandes y señoriales ciudades, como no se hablan vuelto a ver en esta parte del mundo desde los tiempos de los romanos. Córdoba, la residencia del califa occidental, era considerada la capital de la totalidad de Occidente.
Los musulmanes reavivaron la descuidada agricultura y consiguieron de la tierra, mediante inteligentes sistemas de regadío, una insospechada fertilidad. Fomentaron la explotación de las minas mediante una nueva técnica muy desarrollada. Sus tejedores elaboraban alfombras preciosas y lujosas telas; sus carpinteros y escultores, delicadas obras de arte en madera; sus curtidores, cualquier clase de objetos en piel. Sus herreros producían piezas de una perfección absoluta, tanto para fines pacíficos como para la guerra. Sus espadas, dagas y puñales eran más afilados y más hermosos que los de los pueblos no musulmanes; las armaduras, de una gran resistencia; las piezas de artillería, de gran alcance; y armas secretas de las cuales se hablaba con temor en toda la cristiandad. También elaboraron otra cosa terrible y muy peligrosa: una mezcla mortal explosiva, el llamado fuego líquido.
La navegación de los musulmanes hispánicos, conducida por probados matemáticos y astrónomos, era rápida y segura, de manera que podían llevar a cabo un amplio comercio y abastecer sus mercados con toda clase de productos procedentes de todo el imperio islámico.
Las artes y las ciencias florecieron como nunca hasta entonces bajo ese cielo. Lo sublime y lo gracioso se mezclaba para decorar las casas con un estilo particular y significativo. Un primoroso y ramificado sistema de educación permitía a cualquiera instruirse. La ciudad de Córdoba tenía tres mil escuelas, cada ciudad grande tenía su universidad, había bibliotecas como nunca antes desde el florecimiento de la Alejandría helénica. Los filósofos ampliaban las fronteras del Corán, traducían según su propio modo de pensar las obras de la sabiduría griega, convirtiéndola en un nuevo saber. El arte de una nueva fabulación, multicolor y floreciente, abrió a la fantasía espacios desconocidos hasta el momento. Grandes poetas refinaron la lengua árabe, rica en matices y tonos, hasta que pudo reproducir cualquier emoción del alma.
Frente a los vencidos, los musulmanes mostraron indulgencia. Para sus cristianos, tradujeron el Evangelio al árabe.
A los numerosos judíos, que habían estado sometidos al estricto derecho de excepción por los cristianos visigodos, les otorgaron la igualdad ciudadana. Sí, bajo el dominio de los musulmanes, los judíos gozaron en Hispania de una vida tan plena y satisfactoria como nunca antes desde la caída de su propio reino. De entre ellos surgieron ministros y médicos personales del califa. Fundaron fábricas, ampliaron empresas de comercio, enviaron sus barcos por los siete mares. Sin olvidar su propia literatura hebrea, desarrollaron sistemas filosóficos en lengua árabe, tradujeron a Aristóteles y fundieron sus enseñanzas con las de su propio Gran Libro y las doctrinas de la sabiduría árabe. Elaboraron un comentario de la Biblia abierto e inteligente. Dieron nueva vida al arte de la poesía hebrea.".
"La judía de Toledo" de Lion Feuchtwanger, capítulo 1.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario