La
peor epidemia es la que no se quiere ver. En la Argentina, 5 millones
de chicos menores de 17 años son pobres y 1.700.000 son indigentes.
No hay vacuna contra la miseria
La peor epidemia es la que no se quiere ver. En la Argentina del crecimiento macroeconómico, trece mil personas se enferman y un millar se muere todos los años a causa de la tuberculosis. Una enfermedad a la que Robert Koch le sacó la ficha a mediados del siglo XIX, cuando descubrió el bacilo que la transmitía a los seres humanos. Lo que este alemán de calva prominente y barba puntiaguda no imaginó es que toda su ciencia no iba a alcanzar para combatir a los verdaderos responsables de estas enfermedades. “Frente a la miseria, la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, las bacterias y los virus, como causas de enfermedad, son unas pobres causas”, dijo alguna vez Ramón Carrillo, aquel ministro de los dos primeros gobiernos peronistas, que hizo por la salud pública más que todos sus sucesores juntos. Y cuánta razón tenía.
En la Argentina, 5 millones de chicos menores de 17 años son pobres y 1.700.000 son indigentes. La desigualdad es tan grande que la mortalidad infantil nacional es de 12,9 menores de un año fallecidos cada 1.000 nacidos vivos, pero en es de 24,2, comparable con la de Cabo Verde (África) (25), Turquía (24) u Honduras (23). Un formoseño tiene más probabilidades de morir que si hubiera nacido en el territorio palestino ocupado (20).
La no explica esas cifras. “La nefasta combinación de políticas económicas deficientes y una mala gestión de los recursos es responsable en gran medida de que la mayoría de la población del mundo no goce del grado de buena salud que sería biológicamente posible”, aseguró la Organización Mundial de la Salud en un reciente documento. Allí se señala: “La causa de muchas enfermedades no es la falta de antibióticos, sino la suciedad del agua, y las fuerzas políticas, sociales y económicas que no logran proporcionar agua limpia para todos; la causa de las cardiopatías no es la carencia de unidades de atención coronaria, sino el modo de vida de la población, que está configurado por el entorno en que vive; la obesidad no es culpa de un vicio personal, sino de la excesiva disponibilidad de alimentos ricos en grasas y azúcares”.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, aparecieron veinticuatro nuevas villas miseria con una población estimada en 12 mil personas.
En 2001 había 109.000 personas que vivían en villas. Menos de un decenio después, ya suman 168.000.
Tres de cada diez habitantes de Buenos Aires no cuenta con ninguna cobertura de salud: ni obra social, ni PAMI, ni prepagas. Los sectores más desatendidos se encuentran geográficamente en el sur de la ciudad, donde también se ubica el 72% de las villas de emergencia.
“Donde hay más pobres y marginados, la tuberculosis hace más estragos que en los lugares donde existe un mejor desarrollo económico y social. Pero esto no quiere decir que una buena situación socioeconómica signifique una vacuna contra la enfermedad. Porque la tuberculosis entra al Barrio Norte traída por personas que la arrastran desde su medio ambiente. Hay que tener cuidado con eso porque nadie es inmune a contraer tuberculosis”, explica el doctor Luis González Montaner, que es profesor honorario de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y una de las voces más autorizadas para hablar de este tema. “Nuestras estadísticas son relativamente confiables porque hay un infrarregistro de casos. Pero igualmente para nosotros es una cifra alta. Tenemos entre 13.000 y 14.000 infectados nuevos por año. Y un tercio de la población está infectada”, agrega el especialista.
A este escenario hay que sumarle la reaparición del dengue hemorrágico en el Noroeste argentino, con el registro de al menos tres muertes ocurridas en las últimas semanas; del hantavirus, que llegó para quedarse en la provincia de Buenos Aires, donde ya produjo varios fallecimientos, y de la leishmaniasis, otra enfermedad transmitida por animales, que reemergió fundamentalmente en el Litoral argentino.
Esto completa un cuadro sanitario preocupante ante el cual poco pueden hacer médicos, enfermeras y auxiliares. Porque ellos están capacitados para combatir microbios, parásitos, virus y bacterias. Pero todavía no tienen una vacuna contra la miseria.
No hay vacuna contra la miseria
La peor epidemia es la que no se quiere ver. En la Argentina del crecimiento macroeconómico, trece mil personas se enferman y un millar se muere todos los años a causa de la tuberculosis. Una enfermedad a la que Robert Koch le sacó la ficha a mediados del siglo XIX, cuando descubrió el bacilo que la transmitía a los seres humanos. Lo que este alemán de calva prominente y barba puntiaguda no imaginó es que toda su ciencia no iba a alcanzar para combatir a los verdaderos responsables de estas enfermedades. “Frente a la miseria, la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, las bacterias y los virus, como causas de enfermedad, son unas pobres causas”, dijo alguna vez Ramón Carrillo, aquel ministro de los dos primeros gobiernos peronistas, que hizo por la salud pública más que todos sus sucesores juntos. Y cuánta razón tenía.
En la Argentina, 5 millones de chicos menores de 17 años son pobres y 1.700.000 son indigentes. La desigualdad es tan grande que la mortalidad infantil nacional es de 12,9 menores de un año fallecidos cada 1.000 nacidos vivos, pero en es de 24,2, comparable con la de Cabo Verde (África) (25), Turquía (24) u Honduras (23). Un formoseño tiene más probabilidades de morir que si hubiera nacido en el territorio palestino ocupado (20).
La no explica esas cifras. “La nefasta combinación de políticas económicas deficientes y una mala gestión de los recursos es responsable en gran medida de que la mayoría de la población del mundo no goce del grado de buena salud que sería biológicamente posible”, aseguró la Organización Mundial de la Salud en un reciente documento. Allí se señala: “La causa de muchas enfermedades no es la falta de antibióticos, sino la suciedad del agua, y las fuerzas políticas, sociales y económicas que no logran proporcionar agua limpia para todos; la causa de las cardiopatías no es la carencia de unidades de atención coronaria, sino el modo de vida de la población, que está configurado por el entorno en que vive; la obesidad no es culpa de un vicio personal, sino de la excesiva disponibilidad de alimentos ricos en grasas y azúcares”.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, aparecieron veinticuatro nuevas villas miseria con una población estimada en 12 mil personas.
En 2001 había 109.000 personas que vivían en villas. Menos de un decenio después, ya suman 168.000.
Tres de cada diez habitantes de Buenos Aires no cuenta con ninguna cobertura de salud: ni obra social, ni PAMI, ni prepagas. Los sectores más desatendidos se encuentran geográficamente en el sur de la ciudad, donde también se ubica el 72% de las villas de emergencia.
“Donde hay más pobres y marginados, la tuberculosis hace más estragos que en los lugares donde existe un mejor desarrollo económico y social. Pero esto no quiere decir que una buena situación socioeconómica signifique una vacuna contra la enfermedad. Porque la tuberculosis entra al Barrio Norte traída por personas que la arrastran desde su medio ambiente. Hay que tener cuidado con eso porque nadie es inmune a contraer tuberculosis”, explica el doctor Luis González Montaner, que es profesor honorario de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y una de las voces más autorizadas para hablar de este tema. “Nuestras estadísticas son relativamente confiables porque hay un infrarregistro de casos. Pero igualmente para nosotros es una cifra alta. Tenemos entre 13.000 y 14.000 infectados nuevos por año. Y un tercio de la población está infectada”, agrega el especialista.
A este escenario hay que sumarle la reaparición del dengue hemorrágico en el Noroeste argentino, con el registro de al menos tres muertes ocurridas en las últimas semanas; del hantavirus, que llegó para quedarse en la provincia de Buenos Aires, donde ya produjo varios fallecimientos, y de la leishmaniasis, otra enfermedad transmitida por animales, que reemergió fundamentalmente en el Litoral argentino.
Esto completa un cuadro sanitario preocupante ante el cual poco pueden hacer médicos, enfermeras y auxiliares. Porque ellos están capacitados para combatir microbios, parásitos, virus y bacterias. Pero todavía no tienen una vacuna contra la miseria.
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