El vínculo previo entre el comisionado Chebriau, quien encabezó la búsqueda de la niña, con el Topo Moreira, sindicado como el mentor de su asesinato, salpica la investigación de más interrogantes. El papel de Burlando.
Sin embargo, al leer el lunes la resolución del juez Alfredo Meade, que avala el pedido del fiscal Marcelo Tavolaro para que se le dicte la prisión preventiva a seis imputados (la del supuesto autor intelectual, Héctor El Topo Moreira, todavía está en estudio), Casal sintió un ramalazo de alivio.
Los fundamentos de la medida están basados en declaraciones de 12 testigos de identidad reservada –casi todos, soplones de la policía– y en presuntas pruebas preliminares de ADN. O sea, nada en concreto. Pero al menos no ahonda en el incómodo asunto del móvil. “Una venganza no convencional”, redactaría Tavolaro en su escrito. La imprecisión de dicho concepto sería subsanado por un dato de alto impacto: Hugo Bermúdez, el supuesto matador de la víctima, “es –siempre según la letra de Tavolaro– un psicópata sexual”. Ello se desprende del testimonio de algunas ex amantes, quienes coinciden en que el goce erótico de ese narco barrial de 52 años consiste en ejercer sobre ellas “una compresión sobre la nariz y la boca”. Ello, para el fiscal, coincidiría con el tipo de asfixia padecido por Candela en el momento de morir.
El remate público de la cuestión llegaría por boca de Fernando Burlando, el abogado de la mamá, Carola Labrador. Éste afirmó que Candela fue violada “inmediatamente antes de su asesinato”. Y le pedirá al fiscal que agrave la acusación de los detenidos por el delito de “abuso sexual con acceso carnal”, instalando de tal modo una nueva –y, por demás, oportuna– hipótesis del caso: El Topo Moreira habría reclutado un grupo de tareas integrado por una depiladora, un carpintero, un albañil, un verdulero y un chofer de fletes simplemente para que Bermúdez pueda saciar sus bajos instintos.
El soplón en su laberinto. Durante el atardecer del 25 de septiembre, dos hombres pescaban en la Costanera. Uno de ellos, con la mirada perdida en un punto indefinido del horizonte, murmuró:
–Me quiero morir... me van a engarronar.
Su acompañante, por respuesta, encogió los hombros. Y el tipo insistió.
–Me van a buscar en cualquier momento.
Se trataba del Topo. Y sabía de lo que hablaba. De hecho, ese mismo domingo, al regresar con su hermano Roberto a la casa de sus padres, situada en el barrio 9 de julio, de San Martín, lo esperaba la policía. Su madre, doña Elsia, vio cómo lo esposaban, antes de subir a un patrullero. Luego desvió los ojos hacia el colchón apoyado sobre la pared del comedor. Allí el Topo había pernoctado en los últimos días sin disimular su alicaído ánimo frente al carácter inexorable de su caída en desgracia. La anciana ahora comprendía que los temores de su vástago se habían cristalizado. Entonces, con tono amargo, diría:
–El chico es inocente; no tiene maldad.
Y, a continuación, hizo una llamada telefónica. No tardaría en ser atendida. Entonces, entre lágrimas y con pocas palabras, hizo un breve relato de lo sucedido. La única reacción de quien estaba en el otro lado de la línea fue un pesado silencio. Éste no era otro que el suboficial de la Bonaerense Sergio Fabián Chazarreta. Su esposa, por cierto, es prima del hombre que acababa de ser detenido. Ahora comprendía que él también estaba bajo la lupa del expediente.
Chazarreta, cuya carrera siempre transcurrió entre San Martín y La Matanza, se desempeñaba últimamente en la DDI de este último lugar, en donde se había convertido en el brazo derecho de su jefe, el comisionado Marcelo Chebriau.
La foja de servicios de este personaje es significativa. Acusado en 1999 de proteger piratas del asfalto durante su paso por la DDI de Mercedes, fue puesto en disponibilidad por el entonces ministro León Arslanian. Al poco tiempo, sería rescatado de su ostracismo y, en 2008, llegaría a La Matanza. Denunciado por sus subalternos de armar operativos falsos, de ampararse en sus contactos con el juez Rodríguez, de Morón, y de utilizar un auto judicial para recaudar coimas de boliches y prostíbulos, supo conservar su sitial en la Fuerza, a pesar, incluso, de su calamitoso fracaso en la búsqueda de la familia Pomar, cuyos integrantes yacían en un matorral tras un accidente de tránsito. Ahora, desde el 22 de agosto, hallar con vida a Candela fue su nuevo desafío.
Tras el funeral de la nena, su padre, Alfredo Rodríguez –quien cumple una condena por piratería del asfalto–, fue llevado ante el fiscal Tavolaro para elaborar una lista de posibles enemigos. Esa misma tarde, el Chivo –tal como todos llaman al comisionado– llamó a Chazarreta para decir:
–El Topo está marcado.
Quizá Chazarreta no se haya sorprendido demasiado por ello. En realidad, lo asombroso era que el Topo, un auténtico paradigma de la delación, actuaba como informante de Chabreau. De hecho, el propio suboficial había sido el enlace entre el soplón y el comisionado.
La historia oficial asegura que Moreira y Rodríguez –quienes fueron amigos desde la infancia– se acusan mutuamente de haber propiciado el arresto del ya célebre narco Miguel Ángel Mameluco Villalba. Miradas al Sur pudo confirmar que ello no fue así. Pero lo cierto es que un tal Chino, un preso alojado en el mismo pabellón que Rodríguez, le confió que Moreira andaba diciendo que él había delatado a Mameluco. Tal vez por ello, el padre de la víctima lo incluyó en su lista. Y, quizá, su nombre haya sido el que más entusiasmó a los investigadores para cerrar la causa. A pesar, claro, de los servicios prestados. Entre ellos, haber “colaborado extraoficialmente” en la causa –tal como aseguró una fuente policial a este semanario– desde el inicio de la pesquisa.
Hace unos días, Miradas al Sur pudo confirmar que el abogado Carlos Telleldín –quien obtuvo su diploma estando preso por su posible vinculación en la causa Amia– renunció a la defensa de Rodríguez. Entre sus íntimos, el ex armador de autos habría invocado razones de ética que nunca llegó a explicar. En paralelo, tanto una fuente carcelaria como otra vinculada al Ministerio de Seguridad, deslizaron la supuesta existencia de tratativas secretas entre Rodríguez y esa cartera. El rumor sostiene que dichas negociaciones giran en torno de un hipotético beneficio que a éste le podrían conceder a cambio de avalar la línea oficial de la investigación, de la que Moreira sería su pieza mayor.
Quizá sólo sea una habladuría.
Una habladuría, mientras el doctor Burlando propaga noticias alentadoras para que la madre de Candela se vea contenida, y no impugne la investigación. El polémico abogado calificó su desinteresado papel en el caso como “una noble misión”.
En tanto, la verdad sigue bajo los escombros.
• ESTÁ DETENIDO. Más papista que el comisario Papa
El jefe de la Policía Distrital de San Isidro, comisario inspector Raúl Papa, fue detenido el viernes por sus vínculos con la banda que el 5 de agosto pasado asaltó al empresario Jorge Pereyra en San Isidro. Además de Papa, fueron apresados por el hecho un ex policía bonaerense identificado como Eduardo Vivas, exonerado en 2007, y un civil llamado Diego Romero, quien es novio de una sobrina de la víctima y está acusado de ser el “entregador”.
Los investigadores a cargo del fiscal Patricio Ferrari aseguraron tener pruebas suficientes de que ambos, con la complicidad de Papa, formaron parte de la banda. “De las escuchas surgió que Papa le avisaba a Vivas de todo lo que hacía la DDI y la fiscalía y que les apuntaba a otros sospechosos para desviar la investigación”, explicó uno de los investigadores.
El hecho ocurrió alrededor de la 1 de la madrugada del 5 de agosto en una mansión de Tomkinson 3398, a metros de la autopista Panamericana, en San Isidro. Pereyra volvía de cenar en un stud y cuando ingresaba su Mercedes Benz al garaje de su casa dejó pasar primero a una moto y abrió el portón. Tres delincuentes irrumpieron detrás de él en otro Mercedes Benz del que descendieron armados y lo amenazaron. El empresario se quedó encerrado dentro del auto porque tenía los vidrios semiblindados. Sin embargo, los ladrones lograron destrozar una de las ventanillas a culatazos y así Pereyra bajó del vehículo y les entregó un anillo y unos 6.000 pesos en efectivo.
El asalto fue observado por circuito interno de video por la esposa del empresario, quien se asomó por una ventana y disparó seis balazos con un revólver Magnum .357. Los ladrones huyeron, pero un hijo de Pereyra se acercó porque tenía una llamada perdida de su madre en su celular. Al observar el asalto, aceleró su camioneta Grand Cherokee 4X4 y embistió el auto de los delincuentes, que luego fueron detenidos.
http://sur.elargentino.com/notas/en-la-pesquisa-del-caso-candela-avanza-la-teoria-de-la-impostura
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